La ruta de regreso me dejó cerca de casa, tan cerca de las vías principales como de mi propia agenda. Caminé entre calles, me sentía acompañada por una amistad cercana que no podía ver, de repente entre esquina y esquina vi cientos conejos de todos los colores y tamaños saltando, eran familias enteras así que llena de sorpresa me vi andando entre ellos, me agaché y pude acariciarlos al pasar, tenían un suave y espeso pelaje que se entremezclaba con plumas. Sí, ¡Plumas!. Era un día soleado, nunca me sentí tan feliz en la calle, a la luz del sol entre... ¿Pájaros?
Desde el mirador de la montaña, una guerrera de actitud contemplativa sintió el viento rozar su rostro y cabello mientras esperaba al otro lado de la nada y escuchaba una voz que decia: "ni en las guerras de los Balcanes alguien sintió un abrazo tan profundo" ... En ese momento dejé de verla, para ser ella, sentir la caricia de una sombra de calor que me rodeó por la espalda y me dejó saber que podía respirar de nuevo.